Viaja con tu bíped@

Con el hocico en territorio indígena

La siguiente etapa de nuestro viaje es Silvia, Cauca, tierra de guambianos.

La carretera de San Agustín a Popayán, capital de la región, es tan tremebunda -con unos huecos que hacen que los pasajeros golpeen sus cabezas contra el techo- que mi mamá se salta todos sus principios educativos conmigo y, en lugar de viajar conmigo en el piso, como siempre, viajamos así la primera hora:

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La segunda:

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La tercera:

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la cuarta:

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y la quinta hora:

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En contraprestación yo también cambio mis hábitos. El lugar de ponerme en pie e intentar bajarme corriendo del bus cada vez que se detiene a coger o dejar pasajeros al borde de la carretera -lo que en Colombia sucede en cada cruce del camino, o frente a cualquier casa de cualquier vereda o en medio de la nada-, mis 20 kilos y yo nos mantenemos inamovibles sobre el regazo de nuestra mamá y solo nos bajamos de allí instrucción expresa mediante.

Por eso no es de extrañar que los primeros pasos de mamá en Silvia sean algo tambaleantes… Al igual que la búsqueda de hotel: en algunos sacuden la cabeza al vernos llegar; y aquellos en los que me reciben tienen la estética y los servicios de un calabozo, erizando los pelos de mi abuelita. Para rematarlo comienza a llover. Menos mal que, al menos, es día de mercado, y conocemos el pueblo en su mejor momento.

En puridad no se trata de sus primeros pasos, ya que mi mamá estuvo en Silvia apenas llegó a Colombia, allá por 2011. Como ven poco cambiaron las cosas desde entonces…

Silvia, Cauca, 2011
Silvia, Cauca, 2011
Silvia, Cauca, 2014
Silvia, Cauca, 2014

Con esperanza de ahorrarle la experiencia carcelaria a mi abuelita, nos acercamos al hotel Comfandi, de nueva construcción, con un cartel con un perro, un gato y un loro atravesados por una línea roja en la puerta, y que se ve tan desierto como si hubiera sufrido un ataque nuclear. Mi mamá juega sus mejores bazas, hacemos el show de dejarme sentada esperando en la puerta y le dice a la recepcionista que estoy mejor educada que cualquier niño que conozca.

Resulta que esperan un grupo de 80 personas para esa noche.

En los dos días que pasamos por allá nunca vimos, sin embargo, ni uno solo de los turistas anunciados, lo que resulta sorprendente en un pueblo como Silvia en el que, entre el tamaño y la indumentaria de sus habitantes, no hay cómo camuflarse. La recepcionista cargó un poco las tintas para librarse de nosotras, me da la impresión. Como vengadora justiciera que soy, tomo la puerta de su hotel como punto estratégico para hacer mis necesidades mayores durante nuestra estancia en el pueblo.

A la mañana siguiente vamos a visitar a Diana, una amiga de mi mamá, que nos recibe en su casa con sus hijos y el resto de su familia, Luisa incluida.

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Luisa es una lora poco proclive a las interacciones con extraños, a los que picotea si se le acercan. Salvo a mi mamá, que debe ser una encantadora de animales, porque vean la reacción:

Yo creo que Luisa quiere recorrer el mundo -o al menos salir a dar un paseo por el resguardo-, y por eso, con muy buen olfato -o porque es lectora de este blog-, se pegó a ella, a la búsqueda de sentir la brisa en el pico.

A su vez los hijos de Diana quedaron encantados conmigo, hasta el punto de que la hija pequeña pidió que me dejaran en la casa con ella mientras se iban a pasear. Menos mal que mi mamá consideró que no era una buena idea dejarme en un lugar desconocido con una niña pequeña que previsiblemente iba a querer vestirme de guambiana a la primera de cambio… ¡De algo me tiene que valer la fama de diente fácil que me gané con el jadeo de mi lengua en mis primeros meses de recogida!

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Salimos en dirección a La Campana, un resguardo en cuya escuela tiene lugar la entrega de grados ese día. Debido a la reticencia de los guambianos en particular -y los pueblos indígenas de Colombia en general-, a las invasiones de su intimidad, mi mamá pregunta al director de la escuela si podemos tomar alguna foto. Este reacciona igual que Luisa: es decir, saliéndose de lo esperado, acepta. Y además nos invita a asistir a todo el evento y al almuerzo posterior.

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Por alguna extraña razón -dado que todo Silvia y los alrededores están llenos de perros criollos callejeros igualitos a mi- todos los niños quieren jugar conmigo, tocarme, y me llevan a conocer las instalaciones del colegio en mucho mayor detalle de lo que cualquier extraño jamás hará.

Supongo que la diferencia es que, debido a mi entrenamiento, entiendo español y me comunico con mis humanos a la perfección, por lo que me aproximo al ideal de los perros de las películas, si bien, como tampoco soy la perra más sociable del planeta, en cuanto puedo me escapo a las faldas -o mejor dicho, al pantalón de North Face- de mi mamá.

Y la otra diferencia es mi pañoleta, claro, que mi mamá me pone para que la gente sepa que, torcida y criolla, tengo humano que me respalde.

No obstante, este complemento no causa el efecto esperado. Me sigue sacando a escobazos cuando acerco mi nariz agustiniana a las tiendas; en los hoteles preguntan, incluso aunque me encuentre sentada y formal al lado de ellas -¿Este animal viene con ustedes?-; y mi mamá, a quien no le gustan particularmente los posesivos, va continuamente exclamando: “¡Oiga, que es mi perro!”. Me apercibo de que me encuentro completamente abandonada a mi suerte cuando sorprendo a mi abuelita llamando -¡Linda!- a un ejemplar macho dos veces más musculoso que yo y del mismo color, para cruzar la calle…

… Creo que, mientras que no vaya unida por una correa, será muy difícil despertar la apariencia de perro con casa, familia, y pasaporte europeo, en los pueblos de mi país.

Nos demoramos un día entero en enterarnos de cómo proseguir camino:

Hay quien dice que el transporte a Totoró sale sobre las 11 o las 12 y se trata de una camioneta azul clarito, o blanca. Sin embargo hay quien dice que es azul es oscuro.

Hay quien refiere que sale entre 2 y 3 de la tarde y se trata de una busetica verde…

… O que sale una temprano a las 9 y otra a la 1 de la tarde y es de color amarillo.

Sin embargo, la perseverancia -y el hecho de que nos encontremos un par de horas antes en el parque principal atentas a cuanto vehículo estaciona- tiene sus frutos:

Llegamos a Totoró donde tenemos que coger el siguiente transporte
Llegamos a Totoró, donde tenemos que coger el siguiente transporte
Un par de horas más tarde...
Un par de horas más tarde…

A estas alturas de nuestro viaje, sus camisetas se tienen en pie solas, lo que para mí es perfecto, ya que ni siquiera agudizar el olfato para saber por dónde van. Ahora vamos a Tierradentro, territorio de paeces, un lugar donde, como su propio nombre indica, no hay internet ni agua caliente. Si no encontramos una ducha, a nuestro regreso tendrán que desalojar Bogotá…

9 comentarios sobre “Con el hocico en territorio indígena

  1. Yo a Silvia no lo visito desde que era pequeña. Tengo bonitos recuerdos, especialmente de montar a caballo y de comprar unos morrales y busos característicos que tejen las indigenas guambianas. Me alegra volver a ver el pueblo a través de tus registros. Me alegra también que los indígenas mantengan sus vestimentas y costumbres. Hay regiones en Colombia que las nuevas generaciones de indígenas han ido perdiendo sus costumbres.

    ¿Fue complejo encontrar donde pasar la noche donde te aceptarán?
    Mira que esos niños te dieron un súper paseo por el colegio….y tu muy orionda lo recorriste todo jajajaja
    ¡Esa Luisa tiene buena memoria!

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    1. Tienes que llevar a Dino el gasolinero, es un viaje en carro de cientos de horas desde Bogotá que disfrutaría muchísimo…. 😛

      ¿Conoces muchos lugares de Colombia, cierto tortuguita?

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  2. Conozco muchos lugares de Colombia…bastantes a excepción de la Guajira, los llanos y el Putumayo. Me gusta mucho pasear y más ir de pueblito en pueblito en carro o por carretera. A las ciudades si suelo ir en avión pero por ejemplo lo que es el Valle del Cauca, El Tolima y Boyacá son absolutamente un deleite visual por carretera. Y en gastronomía los dos primeros…porque es que aquí cada lugar tiene su plato típico y bueno …..hay que probar de todo. 😜

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    1. A nosotras también nos falta por conocer esos precisamente, a lo que añadimos el Cocuy y quitamos los Llanos… Yo incluso vengo de allá, como sabes 😉

      Cuando vayas a visitar alguno nos avisas y de pronto podemos hacer el viaje juntas… ¡Lo mismo para nosotras!

      Un lametón grande 😛

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    1. ¡Muchas gracias, patitas de perro! 😀

      Nosotras también miramos tu blog y nos reímos mucho con algunos videos. Los artículos también están cheveres.

      Un lametón en la cara 😛

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