Una historia de amor

Equipos de rescate Linda & Co.

Dedicado a Isa Paz, mi amiga en la distancia que me procuró el atrezzo

Como siempre que estamos en Bogotá, esta mañana salí a pasear a un parque con mi mamá.

Como siempre que estoy en el parque, hice varios amigos.

Como siempre que hago amigos, nos siguen durante un ratito.

Pero esta mañana, a diferencia de lo que ocurre siempre, el gigante y peludo pastor ovejero que nos siguió no tenía papá ni mamá a la vista… Nadie pendiente de él a lo largo y ancho del Parkway.

Nadie.

La cotidiana y regocijante escena de una perra dorada y un gran perro negro brincando y corriendo con la lengua fuera se convierte, de un momento a otro, en un drama. Ese perro -que sin duda, por ser de raza y por llevar collar, tiene o tuvo una familia- está solo.

¿Qué hacemos?

Mi mamá recorre todo el parque de nuevo sonriendo y entablando contacto visual con cuanta persona pasa o descansa sobre los bancos, a la espera de que alguien se detenga frente a nosotras y mi amigo se ponga loco de contento, pero todos responden a la sonrisa, algo sorprendidos de tanta efusión matutina… Y pasan de largo.

El perro está perdido.

A la vista de que, como lamentablemente es poco habitual en Colombia, él sí lleva una plaquita con su nombre, mi mamá intenta cogerlo para ponerse en contacto con ellos.

Mi amigo, sin embargo, evidentemente tiene cosas mejores que hacer en su nueva vida en libertad -olisquear el pasto y marcar todos los árboles-, que dejarse coger por alguien que no conoce, por lo que la ignora olímpicamente cuando lo llama.

Mi mamá decide entonces interceptarlo cuando se encuentra olisqueándome, ya que, si hay algo sobre lo que sí tiene control, es sobre mis movimientos.

De este modo logra acariciar su cabezota. Un segundo antes de tiempo, por miedo a que se vuelva a escapar, mi mamá echa suavemente la mano a su collar, y él le echa los dientes a la mano.

En ese momento es cuando decido acudir en su ayuda:

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Incito a mi amigo a jugar alrededor suyo, para que se acostumbre a su presencia. Luego me echo en el piso moviendo la cola para que me imite. Entonces ella se aproxima a nosotros y le muestro cómo me dejo consentir.

Después de estar un rato hablándonos, en cuclillas, a los dos, aventura un nuevo acercamiento. Se deja acariciar, y hasta coger del collar, mirándola desconfiado de reojo, pero sin intentar alejarse.

No podemos ponernos en contacto con los papás de Blues porque mi mamá botó de nuevo su celular nuevo este fin de semana; pero ella es una mujer de recursos.

Agachada en el piso flanqueada por dos canes, con el brazo retorcido para no tensionar el collar, en una postura ciertamente extraña para un bípedo, comienza a gritar a los transeúntes:

-¡Oyeeeeeeeeeeeeeeee! ¡Por favor! ¡Tú! ¡¡¡Si, si, túúúúúúúúú!!!-.

La persona en cuestión, ante la posibilidad de que sufra algún desequilibrio mental, se trate de una treta para robarle, o que le vaya a pedir algo que le distraiga de su objetivo de llegar a su destino sin mayor novedad, se hace la loca, la sorda y la ciega -igual que yo cuando miro por la ventanilla desde donde no debo (aquí)-.

Pero mi mamá no se da tan fácilmente por vencida, incluso aunque sufra de vergüenza por el espectáculo que está dando. Cada vez más retorcida e incómoda, pero sin atreverse a levantarse y provocar la huida de Blues, persiste, cada vez a mayor volumen.

-¡¡¡Por favor!!! ¿¿¿Me puedes ayudar??? ¿¿¿Tienes un celular??? ¡Tengo que llamar a los dueños de este perrito, que está perdido!-.

Las dos personas a las que, ante una mirada directa y semejante despliegue de decibelios, les da demasiada pena colombiana ignorarla, no tienen -o declaran no tener- teléfono.

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Oye!!!!!!!!!!!!!! ¡¡¡Ud.!!!-.

El chico de la bici se gira pensando que llaman a alguien detrás suyo.

-Tú, Túúúuú… ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡El del casco!!!!!!!!!!!!!!!!!! ¿Me puedes prestar tu celular? ¡Necesito hacer una llamada al número que aparece en esta placa! ¡No me puedo levantar, no quiero asustar al perro!-.

En ese momento los dos integrantes de una pareja que se encuentran charlando sentados en un banco a pocos metros se dan la vuelta, nos ven, y la chica reacciona:

-Ese perro es mío-.

-¿¡¿¿Cómo???- responde, como un resorte mi mamá, con una mezcla de estupefacción, ira emergente y alivio súbito.

Suelta a Blues y se dirige hacia ellos con una expresión ciertamente atemorizante. Por experiencia propia sé que no emplea la coerción física, pero estoy segura de que ellos pensaron que, cuando menos, los iba a golpear con el periódico…

En pie frente al banco les pega el regaño de su vida: que si el perro llevaba más de media hora sin que le pusieran el ojo encima; que había recorrido el parque dos veces entero detrás nuestro desde entonces; que si están sordos, que lleva gritando un buen rato desde ahí mismo que tenía un perro perdido; que se lo podía haber llevado a su casa -para sacarlo de la calle o para venderlo- y ellos ni se hubieran dado cuenta; que se podía haber cruzado la calle… Y mi mamá no es de la Liga de la Eterna Correa, precisamente.

Ellos miran al suelo, compungidos, y asienten tímidamente. Exactamente igual que yo cuando me riñe.

-¡Vamos Linda!- me llama, y nos alejamos de allí a paso brioso para digerir, en movimiento, el giro de los acontecimientos, y disipar las ganas de darles una patada a cada uno.

Tras esperarla un buen rato a la puerta del supermercado regresamos, por fin, a casa.

Digo por fin porque yo desayuno un plato de carne con sopa de avena ecológica todas las mañanas que estamos en Bogotá después de nuestro paseo.

Como siempre que estamos frente a la puerta, mi mamá busca las llaves.

Como siempre que busca las llaves, deja todas las bolsas en el suelo y revisa compulsivamente una y otra vez todos sus bolsillos.

Pero esta vez, a diferencia de lo que ocurre normalmente, no las encuentra.

Con la resignación propia de quien tiene como eterno compañero, además de a mí, al despiste supremo, baraja sus posibilidades: nuestra compañera de piso no está, o está en la ducha, o le da pereza bajar a abrir; tampoco podemos llamarla, ni a ninguna de las personas que tienen llave de casa puesto que, como ya saben, también botó el teléfono.

¿Lograré regresar a mi hogar? ¿A mi manta? ¿A mi plato de comida?

¿A mis juguetes?

Paradas en el portal tiene un flashback, igualito que en las películas: su mente de superheroína vuela al momento en que logró acercarse a Blues, que coincide espacio temporalmente con el momento en que se encontraba oliendo mi caca recién hecha.

Nos dirigimos cargando con las bolsas de la compra hacia el otro extremo del parque por tercera vez.

Yo la sigo con ciertas reservas dado que, si incluso mirándome fijamente desde una corta distancia tiene dificultades para encontrar las expresiones -más o menos grandes- de arte abstracto que expele mi cuerpo todas las mañanas -hasta el punto de que tiene que llamarme para que, con mi infalible olfato, le muestre el punto exacto-, no sé como pretende detectar esas minúsculas llaves entre el pasto.

Pero su visión de infrarrojos es infalible. Dirige los ojos al suelo y ¡ahí están!

El señor que vende dulces y periódicos sobre un banquito no da crédito:

-Es la primera persona que logra encontrar una llaves perdidas es este parque! ¡Increíble!- dice riendo, con los ojos chispeantes como platos.

Confirmado: mi mamá es la persona con más suerte del mundo…

… ¿No ven que me encontró a mí?

Evidentemente no salgo en uniforme a pasear todas las mañana, yo estaba vestida de paisana y mi mamá en pijama. Supongo, no obstante, que todos mis fans se estarán preguntando de dónde saqué un chaleco rescatista tan chévere... ¡Se lo cuento en mis próximas aventuras!
Evidentemente no salgo en uniforme a pasear todas las mañana. Supongo, no obstante, que todos mis fans se estarán preguntando de dónde saqué un chaleco tan chévere… ¡Se lo cuento en mis próximas aventuras!

Nota: Los acontecimientos de esta mañana le hicieron reflexionar acerca de la suerte que puede correr la mano de la persona que, en el caso de llegar a encontrarme en una situación similar, pretenda ayudarme.

Creo que por su cabeza ronda la idea de volver a la idea del collar visible desde kilómetros de distancia para que no me saquen a patadas de los sitios pensando que soy una perra callejera…

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… Añadiendo mi nombre y su teléfono del tamaño de la E de los tableros de óptica.

optica

10 comentarios sobre “Equipos de rescate Linda & Co.

      1. ¡Muchas gracias, Silvia! Me hacen muchísima ilusión tus palabras, ojalá mis aventuras en forma de saga pronto sean una realidad… A mi mamá y a mí nos tiembla el bigote de la emoción de imaginarlo.

        Un abrazo grande y un lametón 😀 😛

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  1. jajajajaja ese Blues estaba era hipnotizado ante tanta belleza Linda. Lo tenías lelo.
    Mira que cuando era más jóven el pastor ovejero era el perro que siempre anhelaba tener. Sin embargo, desistí de la idea porque en mi ciudad el pobre sufriría mucho con tanta melena encima. 😛 y es que los calores que están haciendo en Cali…son cosa seria jejejeje
    Apropósito te ves súper divi con el salvavidas, te quedo apenas, ni mandado hacer…¡te luce!

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    1. Hola Isa,

      si lo volvemos a ver tan descuidado lo cogemos, lo depilamos a la cera, y te lo llevamos a Cali para que juegue con Dino, te parece? 😉

      Aunque no sé a Dino qué le parezca compartir amores y atención… 😉

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      1. Jajajajajajaja me encanta, a Dino le gustará 😊☺😊☺😊 y yo con sonrisota de oreja a oreja.
        Aquí hay amor pa los dos 🐶🐕🐩💗💗💗💗

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      2. No lo volví a ver, Tortuguita…

        Cuando lo haga te prometo que lo atraigo con mis encantos para que mi mamá lo coja y te lo llevamos 😀

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