Chascarrillos veterinarios

Bendita inocencia

Nunca había sido tan feliz, a la par que tan cándida, yendo al veterinario.

Cuando salimos a la calle, mi mamá enfila por la 45 derechita hacia ese lugar de ensueño llamado la Universidad Nacional: un paraíso donde los señores uniformados de la puerta me saludan sonrientes cuando paso trotando, con una sonrisa que no me cabe en la cara, un par de metros por delante de mi mamá, sin correa. Un edén donde bicicletas, chicos vendiendo sanduches, y aplicados estudiantes de Música tocando el trombón sobre el pasto, desfilan ante mi telescópica nariz.

Te apuesto lo que quieras a que nunca has visto nada igual.

En lugar de hacer la vuelta habitual, mi mamá va preguntando dónde está la Facultad de Veterinaria. Ella está muy pendiente de aportar variedad y nuevos estímulos a nuestros paseos, es una de las razones por las que es la mejor mamá del mundo.

Sorteamos edificios, pregunta, avanzamos, llegamos a un potrero donde pastan apaciblemente una vaca y un caballo… ¿En mitad de la ciudad? Me parece muy sospechoso… Ladro desaforadamente hasta que consigo que se levanten y corran hacia la vía. Cuando ya voy a conseguir que los atropelle un carro, mi mamá me intercepta, visiblemente enfadada. Y entonces lo siento… Ese olor inconfundible:

¡Horror! ¡¡¡Me lleva al veterinario!!!

Huyo despavorida pero, como entra sin titubear al lugar donde pone “Clínica de pequeños animales”, no me queda más remedio que seguirla ya que, si hay algo que me dé todavía más miedo que la bata blanca, es perderla.

Una vez allí me entero de que mi mamá consiguió cita prioritaria refiriendo mi caso de incontinencia galopante.

Tras esperar un buen rato entre un cachorro de San Bernardo que se orina todavía más que yo, un gato que se atoró con un hueso de pollo, una abuela Weimaraner de doce años con una infección en los ojos, y otra perra criolla coja, nos hacen pasar.

Te puedes imaginar que yo no quería pero, como entró a ese laberinto de pasillos con olor a desinfectarme, no me quedó otra.

Entonces comenzó el análisis más exhaustivo que me han hecho en la vida ¡Y te aseguro que me han hecho muchos! Herbert me toca todas las vértebras, me tira de la cola, casi me estrangula estirándome el cuello… Y en esas entra la doctora seguida de un grupo de dos, cinco, ocho, diez… ¡Allí no para de entrar gente! Hasta veinte estudiantes ocupan por completo el espacio y me observan, echada en la camilla de hojalata. Entonces expone mi caso:

“Esta belleza se llama Linda. Esta chica la recogió en estado lamentable y ahora está hecha una princesa. Logró recuperarse de numerosos traumatismos y llegó a caminar. Ahora está con nosotros por un problema de incontinencia posiblemente derivado del golpe”.

Esta es mi aportación a la Ciencia veterinaria. Seguramente constituiré un caso guía en los futuros manuales de la disciplina.

Mientras tanto yo los miro con curiosidad y los olisqueo desde mi atalaya, para luego apoyar lánguidamente la cabeza en el antebrazo de mi mamá, que me sujeta suavemente las patas mientras Herbert me da golpecitos con una tijera probando mis reflejos.

El ayudante de la doctora dice que tengo varios dedos rotos, de lo que nadie se había dado cuenta antes; escoliosis evidente -lo que se llama, en lenguaje técnico, tener la espalda en forma de “S”-; tren trasero inestable; hipersensibilidad en las patas; bajo tono muscular -y eso que me la paso corriendo y escalando-; articulación de la pata que no está separada de la cadera zafada; y la flexibilidad de la cola no es total, seguramente por tener alguna vértebra fosilizada.

Cuando, por fin, terminamos, mi mamá me deposita en el suelo -no me deja saltar para no despertar en mí la ilusión de que se trata de un espacio en el que puedo bajarme conforme a mi propia voluntad, ya de entonces no duraría encima una milésima de segundo-.Viendo cómo, de pura felicidad, me contoneo como una culebra y jugueteo mientras me hace la fiesta –“Muy bien, Linda, muy bien ¿Está contenta?”, lo que me pone más contenta todavía-, Herbert, con una sonrisa de oreja a oreja por primera vez desde que entramos, exclama radiante.

-¡Es impresionante! ¡Es impresionante lo bien que camina!-.

Como dice mi mamá, no soy una perra normal, soy una perra milagro.

Pero por desgracia la experiencia no acaba ahí. Como soy un caso de urgencia, comenzamos de una vez con las pruebas de cara a determinar la causa y el posible tratamiento.

Me llevan a hacer un análisis de orina. Herbert me coge por el collar y, escoltado por otras dos enfermeras, me llevan, con el rabo entre las patas, como un preso hacia el cadalso. Mi mamá se queda pendiente por si tiene que acudir. La última vez que me dejó a solas con un veterinario que pretendía drenarme el edema de mi flanco izquierdo, tuvo que correr en su ayuda porque, al abandonar el cuarto, me convertí en una auténtica bestia colmilluda capaz de todo con tal de irme con ella. Y eso que nos conocíamos hace tres días.

En eso sí mejoré bastante. Casi me quedé dormida panza arriba mientras me introducían una agujita.

Mientras tanto la doctora informa a mi mamá sobre el posible diagnóstico: seguramente se trate de un daño neurológico, los nervios que controlan la expansión y contención de los músculos podrían estar dañados. Propone intentar un tratamiento desinflamatorio y terapias alternativas. Esos casos son de difícil solución. Parece la manera suave de decir que me estaré orinando hasta el día del juicio.

-¿No puede ser un prolapso de vejiga?- pregunta mi mamá, esperanzada.

-Por su cuadro clínico es poco probable, aunque habrá que descartarlo también-.

Hace tiempo que la Clínica de pequeños animales de la Universidad Nacional cerró sus puertas al público por hoy. Salimos por la puerta de atrás a un pasto soberbio donde me revuelco feliz por el giro de los acontecimientos.

Continuará… En concreto la próxima semana, que tenemos cita de nuevo para ver los avances.

16 comentarios sobre “Bendita inocencia

  1. Como siempre me emocionas con tus palabras. Y hoy más que nunca porque me transportaste a mi Alma Mater y al lugar donde aprendí, luche, disfruté, lloré, done pase unos de los mejores tiempos de mi vida. Deseo con todo mi corazón que los tratamientos que vas a empezar funcionen. Se que estas en las mejores manos y te pido que les des un saludo de parte mía a todos mis profesores y colegas de la Clínica de Pequeños. Seguiré esperando la continuación de la historia. Un abrazo

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    1. ¡Hola Andrea!

      ¿A ti también te saludaban al entrar sin correa? 😀 ¿Eres una de esas de la bata blanca? Si no conocemos algún día, porfa, te la quitas para disimular, para que pueda batir la cola con toda la efusividad del caso.

      Yo saludo a la doctora Lucía y compañía cuando vuelva, de tu parte. Eso sí, no me vayas a pedir que les lama la cara cuando esté subida en la camilla. Para eso tendrías que someterme a hipnosis o a una lobotomía…

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  2. Linda eres igual a mis bebés, odian ir al veterinario y sobretodo quedarse encima de la camilla y que las toquen los veterinarios jajajaja me encantan todas tus historias y espero algún día poder conocerte a ti y a tu mamá, son amor puro. Un abrazo

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    1. Hola Alejandra,

      ¡muchas gracias por tus palabras! 😀

      ¿Tienes muchos bebés? Y ¿haces entonces luchas de sumo con ellos para que no se bajen?

      Un abrazo de mi mamá y un lametón 😛

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  3. Linda, tu lealtad es asombrosa! Creo que Tango, en primer lugar, va donde vaya su pelota de tenis Wilson, luego si no la atrapa o no la encuentra viene a buscarme. Tienes que conocerle para que le expliques lo mal que se está sin su humana, o sea yo 😉
    Confío en que tu diagnóstico sea alentador en la próxima visita; ya verás lo buenos que son los vete de la U, mucho ánimo!!

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    1. 😀 😀 😀

      Mi mamá soltó una carcajada al leer lo de la pelota Wilson. Yo sé lo que él siente… Por eso lo mejor es que vayan todos al mismo sitio. Un día en la playa yo le explico. Si me hace caso, quizás prefiera irse con Wilson 😉

      ¡Gracias por los ánimos! 😛

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    1. Hola Isa, gracias por preguntar.

      Seguí algo mejor pero no definitivamente bien, ni remotamente bien, así que brevemente ensayaremos un Plan A -de Antiinflamatorios-, para los nervios de la columna 🙂

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  4. Linda, apenas hace un par de días te conocimos gracias a una amiga, pero tus aventuras y tu nariz son tan adictivas, que mis perrihijos y yo ya nos pusimos al día con tu rescate y todas tus aventuras del año 2013, ellos, que también son adoptados como tu, te mandan un gran lenguetazo.

    Está historia además de hacernos reír muchísimo, también nos puso nostálgicos ya que me regresó a los felices años vividos en mi hermosa Universidad Nacional. Mis perrihijos se pusieron nostálgicos porque aunque no conocen ese maravilloso campus, les he hablado mucho de él, y gracias a tu relato, ahora desean visitarlo más que nunca (aunque dicen que podrían soportar no conocer la clínica de pequeños).

    En fin Linda, tu historia es inspiradora y nos hace soñar con que un día todos los perrunos tendrán un hogar, y muchos humanos conocerán la dicha de compartir su vida con un peludo modelo.

    Abrazos, besos y lenguetazos! 🐶🐶

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    1. Querida Diana,

      muchas gracias por tus entrañables palabras y por leernos desde… ¡2013! Woooooow 😀

      Diles a tus perrihijos que, desde que no les hagan pasar más allá de la puerta que hay a la izquierda, la visita a la Clínica es soportable; que la Nacional es lo máximo, aunque no se encuentre tanta basura como en el resto de Bogotá; y que les agradezco infinito sus expresiones de afecto.

      En cuanto a mi historia, espérate a que tengamos listo mi libro, que ya lo estoy acabando. Estoy encarretadísima con que eso que planteas pueda hacerse realidad 😀

      Te mando un lametón en la nariz y mi mamá un gran abrazo ¡Y a mis amigos peludos una manotada en la cara para jugar! 😀 😛 😀 😛

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  5. Gracias Linda!!!! Tú y tu mami deberían venir a visitarnos pronto para que me des ese lametón personalmente 🐶
    A lo mejor todavía no han conocido el paisaje cultural cafetero, y de ser así, seguro les encantará.

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    1. ¡Hola Diana! 😀 Estuvimos un par de veces por tu tierra. Conocimos Manizales, Panaca, Salento, el valle de Cocora, Armenia… Pero mi mamá se quedó con ganas de visitar el Parque de los Nevados porque no nos dejaron entrar, ni tampoco me dejaron esperarla en la puerta, en la cabaña de visitantes, así que nos devolvimos sin poner las patas en él… Por tanto: ¡volveremos! Y de pronto me puedo quedar vigilando tu casa mientras ustedes se van a ver el volcán 😀

      ¡Un abrazo grande de mi mamá y un lametón en la nariz de mi parte! 😛

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      1. Claro que si Linda, tu te quedas con mis perrihijos, mientras tu mami y yo vamos al Parque Nacional de los Nevados y a otras naturales maravillosas.

        Obviamente, también organizamos unos programas aptos para peludos!! 🐶🐶

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