Viaja con tu bíped@

El Apocalipsis

A Alexa Rodriguez y su amorosa familia

Entonces, un buen día, nuestras compañeras de aventuras Alia y Serap se fueron.

Al otro día se fue el resto de turistas.

También mi mamá y yo tomamos una embarcación para regresar a participar, aunque fuera desde la grada, en las Olimpiadas indígenas; en el Festival de Murga, Baile y Cuento de Puerto Nariño, y en la parranda vallenata que nos acompañó cada noche mientras permanecimos allá.

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Haciendo barra al equipo de San Martín, con uniforme rosado

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Ante el incremento del uso de la pólvora con motivo de la inminencia del cambio de año –y el consiguiente incremento del riesgo de sufrir un infarto a causa de la batería antiaérea que dormía bajo su cama-, mi mamá se encontró ante la siguiente diatriba:

Regresar a la comunidad, donde ya contaba con algunos amigos deseosos de mostrarle sus competencias dancísticas en la fiesta que tendría lugar, entre litros de aguardiente y cerveza, en el campo de fútbol; o celebrar Fin de Año en Leticia, donde el uso de la pólvora sería, sin duda, más extremo… pero donde también habría más alternativas donde esconderse.

Lo que le llevó a decirse por Leticia fue, no tanto la posibilidad de que nadie en San Martín estuviera en disposición de conducirnos, a las cinco de la mañana, hasta el punto donde cogeríamos el Rápido y luego el taxi hasta el aeropuerto; sino la posibilidad de que tuviéramos problemas a la hora de abordar la lancha, debido a mi presencia peluda, y perdiéramos todo margen de maniobra para llegar a coger nuestro vuelo.

Y efectivamente… en el momento previo a prender el motor la encargada exclamó, con una cara de asco similar a la de mi mamá cuando me revuelco popó:

-¡¿Qué hace este perro acá?! ¡Fuera!-.

Mi mamá intervino en el momento en que la punta de su pie se acercaba, amenazadoramente, a mis costillas.

Tras un breve intercambio dialéctico en el que la pobre señora tenía todas las de perder, ya que no hay mejor argumento que “¿cómo cree si no que llegamos hasta acá?”; mi mamá pudo respirar aliviada y yo pude orinarme sobre sus pantalones durante todo el viaje sobre su regazo.

Dado que todas las casas construidas sobre los árboles de las afueras de Leticia estaban llenas o cerradas, nos alojamos en el mismo hotel que lo hicimos a nuestra llegada, incluso estando completo: debido a la inmejorable impresión que causamos -yo con la lengua arrastrando por el piso y mi mamá sudando a chorros con los pantalones, ya secos, acartonados- y al grato recuerdo que conservaban de mí, que apenas los dejé pegar ojo durante nuestra primera noche,  la familia nos acogió, esta vez, en su propia casa, desalojando previamente al hijo menor, que no pudo volver a poner los pies en su cuarto sin enfrentarse a mis tremebundos colmillos.

Si quería su pinta elegante para la última noche del año, haberlo pensado antes de que mi mamá entrara el morral en su cuarto… IMG_3820IMG_3801

Tras pasar la tarde escuchando salsa a todo volumen en un moto-taxi que nos llevó a conocer los lugares emblemáticos de la capital amazónica colombiana -incluido el Parque de los Loros a las 5 pm. para ver el estridente espectáculo que nos perdimos a la llegada-, pasamos la noche en familia, con nuestros anfitriones y otro par de huéspedes descarriados.

A las doce de la noche, en lugar de cambiar el año, llegó el Apocalipsis final.

El cielo se iluminó en tonos rojos, verdes y amarillos, en medio de un estruendo ensordecedor… Tras besar y abrazar a los presentes, intercambiando los mejores deseos, mi mamá me rascó la panza en la esquina donde me encontraba haciendo méritos para ganarme el Óscar a la mejor cara de “pobre de mí” de la historia:

-Vamos Linda, no te puedes librar de la pólvora, es mejor que corras para desfogarte, y queremos viajar mucho el próximo año así que… ¡¡¡Vamos!!!-.

A continuación salió disparada mientras su morral abierto, a la espalda, parecía reírse de mí, con su enorme negra boca sin dientes, con cada zancada.

Evidentemente corrí, con mi pata suelta y las orejas al viento, detrás, ya que no parecía dispuesta a quedarse conmigo escondida tras las materas, y su cercanía es lo más seguridad me da en este mundo… Todo iba estupendo, con las dos corriendo con la lengua fuera, intercambiando miradas cómplices, por la calle desierta, hasta que un volador emergió, de la nada, justo al lado mío: el terror superó mi sentido de la lealtad, por lo que me di la vuelta y regresé a esconderme, temblando, debajo de su cama, ya que, como el morral de mi mamá estaba medio vacío, sabía a ciencia cierta que nos encontraríamos allá.

Aun así parece que media vuelta fue más que suficiente para batir todos mis records de aventuras en 2016: en el primer día del año y bajo un calor extenuante, puse mis patas en Colombia, Perú y Brasil.

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Poco después, una bomba atómica parecía haber arrasado con la vida de las tres últimas generaciones de rolos de mi cuidad de acogida: calles desiertas, comercios, puertas y ventanas cerrados, ni rastro de habitantes en las esquinas… sólo un aire gélido corría aquél primero de enero por las calles de Bogotá.

Después de intentar entrar en la casa de su amigo Daniel, donde nos estábamos quedando las últimas semanas, sin éxito, ya que no tenía las llaves, mi mamá comenzó a fraguar un plan: eran las cuatro de la tarde y no quería esperar frente a la puerta, sin comida ni un triste libro o revista que ojear, hasta las once de la noche o incluso la una, cuando los papás de su amigo regresaran de su partida familiar de cartas en el norte de la ciudad.

Tampoco podíamos vagar por las calles para desentumecernos… Mi mamá no compra nada habitualmente pero, el día que lo hace, arrasa con lo que encuentra, si bien el fenómeno no vuelve a repetirse hasta pasados un par de años. Es por eso que, aquel primero de enero, además de su morral a la espalda, esta vez lleno hasta los topes, cargaba una canasta tejida a mano del Amazonas repleta de arcos, recogedores de pelo en madera para sus amigas, y animales tallados en madera, tamaño natural, que apenas le dejaban visibilidad, rodeada con sus brazos.

Con andar cansino se dirigió a la drogería “La Rebaja” de la esquina con objeto de intentar una acción suicida: que la encargada le recibiera el equipaje y lo guardara en su almacén hasta el día siguiente o esa misma noche, en que pasaríamos a recogerlo.

A continuación intentó refugiarse en una cafetería, pero el centro comercial del barrio de Galerías carecía de actividad y ni siquiera en un Bogotá Beer Company desprovisto de clientela la recibían, por unas horas, conmigo.

Negativa tras negativa, giró sobre sus pasos dispuesta a pasar las horas más largas y frías de su vida sentada en el piso, frente a la casa. Para mí en cambio se trataba de una reproducción, a muy pequeña escala, de lo que pasé por meses en la gasolinería y de lo que ocurre todos los días cuando se va a trabajar.

En el momento en que su semblante comenzó a tornarse sombrío, divisó una camioneta detenida en el lugar por donde teníamos que cruzar. Su conductor posaba la mirada en ella, sonriente.

Mi mamá se giró para ver a quién podía estar esperando.

No había nadie a nuestras espaldas…

-Ese man me está confundiendo con alguien- fue su pensamiento hasta el momento en que una chica morena descendió del asiento del copiloto dirigiéndose hacia mí, alborozada:

-¿¿¿Es Linda???-.

Frente a nosotras se encontraba uno de los milagros de mi vida: una de mis fans había creído reconocer mi tumbao y llevaba dando vueltas a la cuadra un buen rato, siguiéndonos, hasta asegurarse de que era yo.

Alexa y su esposo nos llevaron a su guarida donde nos presentaron a Simón, a Luna y a su abuelita y donde nos ofrecieron concentrado, agua, croissant y chocolate caliente. Chalamos por horas, vimos fotos, reímos, intercambiamos experiencias y, llegadas las diez de la noche nos llevaron a la casa con idea de abrirnos campo en la suya en el caso de que todavía no tuviéramos dónde dormir.

No puedo imaginar un comienzo de año más original y amoroso ¿y tú?

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El atardecer del último día del último año que vivió mi papá Steven

8 comentarios sobre “El Apocalipsis

  1. Linda! Que afortunada Alexa…. Pudo encontrarte en esa gran ciudad!!! Yo te cuento que cuando voy (ya que no vivo ahí) siempre que veo un binomio como el de ustedes… Me quiero tirar del carro! Un abrazo para tu mamá y uno para ti!!

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    1. Querida Presidenta,

      yo desde luego espero que, si nos ves en alguna visita a por Bogotá, te botes del carro, aunque vaya a 100 km./h. Eso sí, asegúrate de no tener una correa puesta porque, de otro modo, la escena puede tener un final dramático y la idea es conocer a la Presidenta de mi Club de Fans con la cabeza sobre los hombros.

      Mi mamá te manda un abrazo y yo un gran lametón 😀 😛

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  2. Ay Linda que nostalgia! El atardecer del último día del último año que vivió mi papá Steven… Nuestros seres amados siempre están en la memoria y más aún en los mejores momentos. Él te ve y te espera en el puente del arcoíris. Prepárate para la nueva aventura que seguramente tu mami ya planeó, jejejejejejejejejeje. Un besote, preciosa!!!

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    1. Querida Lina,

      momentos antes, entre salsa y salsa a todo volumen en el moto-taxi, también fuimos a un cementerio cualquiera a mandarles un saludo a todos los que descansan allá y a él, como despedida de ese último año suyo acá con nosotros. Yo sé que el me acompaña siempre y eso, dentro de todo, me hace sonreir, con la lengua fuera, feliz.

      Un gran abrazo lleno de pelos amarillos en la ropa, amiga.

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  3. jajajaja, ahora desalojaron de su cuarto al hijo menor, qué risas!!!!! Se me encogió el corazón con la última foto, seguro que tu papá se ríe de todas tus aventuras donde esté y se siente muy orgulloso de ti y tus progresos, besos preciosa!!!!

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    1. Querida Martha,

      tras su inocente apariencia, mi mamá es capaz de sacar de su propio cuarto a un niño o puede darme un manguerazo justo después de que me haya revolcado en un mortecino…

      … ¡A veces puede llegar a ser una mujer sin escrúpulos! 😀

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