Una historia de amor · Yo fui a colegio de monjas ¿y tú?

Quiero Estudiar

Hoy, como otros tantos días, acompañé a mi mamá hasta el centro disfrutando de la algarabía y de los variados olores de la Carrera Séptima.

Una vez en la puerta de su Universidad, me hizo sentar y, a continuación, me dijo:

-Espérame aquí, Linda-, dándome, como siempre, una cariñosa palmadita en la cabeza.

El vigilante, al que ya distingo de otras veces, me sonrió y saludó a mi mamá con su cantarín acento costeño. Pero no vayas a creer que fue siempre así… La primera vez le dijo:

-No puede dejar el perro ahí-.

A lo que ella respondió:

-Si puedo. El perro está en la calle, al otro lado de la verja, por lo que, si fueras tan amable y quisieras colaborarme, ¿podrías hacerme el favor de decirle a quien pudiera pensar que está perdida o abandonada que está esperando a su mamá? Si no, no pasa nada, ella no se va a ir a ninguna parte-.

Entonces salieron varias personas que me conocen, en directo y/o por narraciones, desde el principio de los tiempos (es decir, desde la época en que, recién salida de la gasolinera, mi mamá se adelgazó cinco kilos por dedicar su pausa de mediodía a ir a la casa para alimentarme). Las mismas personas que siempre le preguntan por mí y me mandan saludos, abrazos y picos con ella cuando la ven.

-¡Linda, estás hermosa!- o -¡Linda, saliste espectacular en la tele!- exclamaban alborozados. Rápidamente se corrió la voz de que estaba de visita, por lo que en un momento se formó a mi alrededor un corrillo de trabajadores de la Universidad que me consentían a la vez que se tomaban fotos conmigo.

El vigilante, dándose cuenta de que era una celebrity, se dio a la tarea de observarme curioso, desde el otro lado de la valla, y quedó profundamente conmovido al ver mi juicio durante las dos horas que mi mamá estuvo dando sus clases para ser testigo, a continuación, de nuestro emotivo reencuentro.

Hoy, sin embargo, no era un día de tantos en un aspecto: mi mamá llevaba un morral más grande de lo habitual. Como te imaginarás eso me dejó un poco inquieta, ya que no hace falta ser un sabueso para saber que no regresaríamos a casa aquella noche.

A ello se unió que el vigilante de siempre fue sustituido por otro compañero, lo acabó de convencerme de lo paranormal de la situación, de modo que, ante la perspectiva de quedarme de nuevo sin hogar, decidí tomar cartas en el asunto.

Aprovechando un momento de descuido del nuevo vigilante, me deslicé por debajo del torniquete de acceso.

Cuando, al descubrirme parada a pocos metros observando el nuevo entorno, hizo además de ir a cogerme, salí corriendo en la otra dirección.

Por el rabillo del ojo me di cuenta de que no había bicis, ni árboles, ni palos, ni estudiantes sentados en el pasto… Solo laberínticos caminos de cemento serpenteando entre edificios de ladrillo y jardines bien cuidados.

Obviamente no nos encontrábamos en la Universidad Nacional.

Tampoco tuve tiempo de fijarme mucho en esos detalles ni de inspeccionar el contenido de las materas, ya que mi misión era clara: encontrar a mi mamá.

Avancé en zigzag con mi telescópica nariz pegada al piso y con las ventanillas dilatadas para aspirar el mayor número de partículas olorosas, intentando distinguir su aroma entre el de los miles de estudiantes que pasaron por el mismo punto en la última hora…

Todo iba estupendamente -salvo por un par de pistas falsas que me desviaron de mi objetivo-, hasta que una mano femenina me agarró por el collar cuando estaba a punto traspasar el umbral del edificio donde se perdía su rastro.

La otra mano marcó un número de celular:

-Buenas tardes, encontré una perra que se llama Linda. Está nerviosa, parece estar perdida-.

-…-.

-¡Se metió en la Universidad!-.

-…-.

-Frente a la Facultad de Derecho-.

Poco después unos pasos me sorprendieron… A mis espaldas. con ese sexto sentido de las mamás, en el preciso momento en que salí a buscarla, había bajado a saludarme, para que estuviera tranquila, encontrándose con un gran hueco en mi lugar. La sentida aria que entoné, acompañada de una coreografía de saltos, giros de cola y cabriolas, no sólo acalló el sonido de sus pasos, sino que hizo temblar los cristales del edificio y volver hacia nosotras las miradas de asombro de estudiantes, compañeros y personal administrativo en varios kilómetros a la redonda.

Mientras me acompañaba, de nuevo, hasta la puerta, conocí a varios estudiantes más que se mostraron ciertamente estupefactos -a la par que encantados- de tener frente a su hocico a la protagonista de los ejemplos que pone «la profe» en su clases.

Desde hoy tengo el honor de haber sido el primer cuadrúpedo en pisar su Universidad… Lo único que lamento es me interceptaran antes de tener tiempo de conocer su oficina.

10 comentarios sobre “Quiero Estudiar

  1. Ay Linda, yo siempre digo que el problema de que en los diferentes lugares no dejen entrar mascotas, son los humanos que las acompañan. A mí me ponen un problema para entrar con mis cuadrúpedos a la UdeA, pero uno ve que hay estudiantes y hasta profesores que dejan al perro sin supervisión, lo sueltan y se van a hacer pipí en los corredores y popó que obviamente no recogen porque no están sus humanos por ahí pendientes de ellos. Mientras hayan humanos que no sean responsables con ustedes va a ser cada vez más difícil la aceptación y el fácil acceso a lugares variados.
    Me alegro que tu mami te tenga una placa de identificación y que te hayan encontrado antes de que de pronto te hayas perdido. Dile a tu mami que la próxima que te metas a la U a buscarla, te lleve un rato para la oficina, al fin de cuentas, ya entrados en gastos … 🙂
    Además que pida un permiso especial a la Rectoría, si eres la protagonista de la clase que dicta tu mami, creo que tienes todo el derecho. un beso, hermosa.

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    1. Yo creo que el derecho a estudiar y olisquear las oficinas de los profesores nos corresponde a tod@s, al margen del número de patas que tengamos. Eso sí, lo de poposearse en el tapete no funciona, y lo de no explicarnos donde podemos y donde no podemos, tampoco. Tendrán que ofrecer un grado para explicar a los papás de perros eso.

      En cuanto al permiso especial… ¡Gracias por la súperidea! Creo que cuando el Rector me vea con el birrete no podrá resistirse 😉 😛

      Te mando un gran lametón 😛

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  2. Jajaja me encanta leerte, ya me hacía falta tus locuras Linda Guacharaca!!! En la U donde hice mi pregrado si q hubieses encontrado amigos cuadrúpedos. Picos y abrazos hermosa! 😀

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  3. Hola linda..que aventura.. Pero siempre lo he dicho..tu mamita es muy confiada..yo sería más precavida.. No quiero que nada malo te ocurra..te pierdas o cualquier cosa.. Como dice otra fan tuya ..que te den un permiso especial ..total eres la protagonista de las clases de Mami..de lo contrario es mejor que la mami no te lleve para dejarte afuera.un te quiero linda de mi y lorenza

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    1. Queridas Mary y Lorenza, me acordé mucho de uds. mientras iba a buscar a mi mamá y luego escribía este post. Ella solo me lleva cuando tenemos algo que hacer por allá, aunque a mí me gustaría ir más, ya que me encanta acompañarla al centro. Ese día salíamos de viaje directamente desde allá, solo que yo, al ver el morral, me puse nerviosa.

      Creo que voy a redactar una propuesta de acceso especial, a ver si me convierto en la primera perra acompañante de docente de la Universidad de mi mamá 😀

      ¡Abrazos y lametones!

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