Leonardo quedó enamorado de mí, de mi proyecto y de todas las ideas de mi mamá en relación con «La vida es Linda»… Quedó tan matado con todo lo que escuchó y leyó tras aquella entrevista en el edificio City TV que de una vez aceptó mi libro para publicarlo con el sello editorial de Intermedio, aunque sus temas más habituales sean la crónica periodística y el desarrollo personal.

-No deja de ser un reporte y una denuncia de un aspecto de la realidad social colombiana- pensaba meditabunda mi mamá -y refleja muchos valores inspiradores….-.

Sólo faltaba el trámite del Consejo editorial, elaborar un flamante contrato en el que estampar mi pata untada en tinta negra, y esperar a que mis fans se lo arrancaran de las manos a los vendedores en las librerías de todo el país (y a los repartidores de envíos internacionales en el extranjero).

Con lo que no contábamos es que el Consejo editorial iba a querer recabar el visto bueno del Consejo económico.

Y con lo que yampoco contábamos era con que el Consejo económico iba a echarse para atrás con aquello de “¿pero quién ha visto que un perro escriba un libro?”.

Lo que a mi mamá y a Leonardo les parecía la clave del éxito, al conservador mundo editorial le pareció la clave del riesgo.

Nuestro valedor habló con los miembros del Consejo en reuniones, por los pasillos, de uno en uno, en pequeños grupos, intentando convencerles de que estaban perdiendo una oportunidad única, pero fue lo mismo que intentar olor una pechuga de pollo a través de un pedazo de plástico. Por eso, unas semanas más tarde, Leonardo escribió a mi mamá compungido y apenado para pedirle disculpas por habernos hecho ilusiones ya que, de nuevo, estábamos sin editor.

Lejos de achantarse con ello, mi mamá se llenó de valor: si el editor jefe de una casa editorial -que se caracteriza por conocer bien el mundo del libro- quedó tan triste por no poder publicarnos; si afirmaba estar seguro de que cuando el libro saliera podría restregarles su error a sus colegas por la cara con un contundente “se los dije”; si cuando mi mamá se lo encontró casualmente en la Feria del Libro le dio un abrazo de oso y a continuación la llevó por todos los stands de sus amigos libreros y editores independientes para facilitarnos que pudiéramos publicar, aunque fuera con otros; entonces es que ciertamente teníamos algo que contar por lo que, en ese momento, decidió quemar el cartucho del teléfono del directivo de Planeta que conseguimos en casa de Berta.

Tras escuchar atentamente a mi mamá, que temblaba de los nervios al otro lado del teléfono, durante media hora, llegó el veredicto:

-Me interesa mucho. Agende por favor una cita con mi editor jefe y le cuenta exactamente lo que me está contando a mí. Espero sus noticias-.

Si ella hubiera tenido cachos todavía estaría colgando del techo del apartamento del salto que dio… Y eso que nuestro hogar de ese momento tenía dos pisos. Por mi parte, casi rompí los vidrios con mis aullidos de emoción de verla saltando por la casa loca de contento.

¿Quieres saber lo que pasó en las siguientes semanas?

Continuará