Viaja con tu bíped@

El enigma de San Agustín

Tras pasar cuatro días con una sonrisa de oreja a oreja -mis acompañantes, de felicidad; yo, del calor tan berraco que pasé en el desierto de la Tatacoa- en seis horas -para que lo entiendan bien, después de coger un autobús y dos camionetas- cambiamos por completo de escenario: las formaciones en arenisca de colores dan paso a verdes montañas; y los cactus a estatuas sobre cuyo origen muy poco se sabe.

Después de un viaje por una carretera llena de curvas que pasé resbalando de un extremo a otro del bus metiéndome bajo los pies de todos los pasajeros, mi mamá se olvida las gafas de sol por salir saltando por encima de ellos: ella y yo competimos para salir las primeras del bus, aunque yo siempre gano porque me cuelo por debajo de todo el mundo.

Esto, en sí, no tiene nada de extraordinario, lo mismo le pasó en Brasil y en Marruecos: ya saben que la cabeza de mi mamá no es la mejor parte de su cuerpo. Lo extraordinario es que se trataba de una Rayban que usaba el papá de mi papá hace 30 años, cuando construía carreteras en las selvas de Bolivia. Más extraordinario aún es que mi papá se las entregó diciéndole: “amor, estas gafas pasaron, en mi familia, de generación en generación; recorrieron América, y yo te las entrego hoy para que, contigo, recorran el mundo entero”.

Esto ocurrió hace unas semanas y se trataba de la primera salida, en toda regla, con tan importante legado familiar.

Pero -acá llega lo más extraordinario de todo- contra todo pronóstico mi mamá recordó el número del bus (un dato básico, dado que todos los de esa compañía son iguales), casi se cuela por la ventanilla subiéndose a una rueda para ver si estaban en el asiento, buscó al conductor y/o al ayudante por todo el terminal y, cuando ya estaba empezando a pensar que el ángel que la acompaña debía estar echándose la siesta, aparece el ayudante… Con las gafas en la mano.

Mi mamá haciendo guardia junto al bus azul
Mi abuelita haciendo guardia junto al bus azul

No sé qué es más milagroso: que yo camine o esto.

Tras semejante viaje, mi mamá y mi abuelita deciden darme un gran premio alojándonos en una cabaña campestre a las afueras de San Agustín. Al verme brincar, saltar, dar volteretas y defender nuestra propiedad hace apenas un par de minutos confirman sus sospechas: los perros no somos rencorosos.

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En cuanto veo la primera estatua en el Parque arqueológico al día siguiente resuelvo el misterio que no pudieron desentrañar arqueólogos de todo el mundo: se trata de representaciones de mis ancestros, con ojos y narices de grandes dimensiones en frágiles cuerpos con las piernas torcidas; y, lo que es más revelador: con dientes descomunales.

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Las fisionomías resultan inconfundibles...
Las fisionomías resultan inconfundibles…

Seguramente sea ese nexo familiar el que explique por qué el director de tesis de mi mamá -su padre académicamente hablando- se llama Agustín, así como mi excitación corriendo entre las estatuas a pleno sol de mediodía -o que busque su sombra sin ningún reparo, acercándome a ellas más de lo que ningún otro visitante pudo soñar-: se trata, en definitiva, de un reencuentro con mis antepasados desde el principio de los tiempos.

Para visitarlas pasamos cuatro días caminando por amplias zonas boscosas, verdes praderas, vemos el río Magdalena encañonado entre hermosos acantilados y recorremos kilómetros y kilómetros de tremendas subidas y bajadas en los que yo disfruto muchísimo…

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… Y mi abuelita casi desfallece.

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Uno de esos días me sorprendo sola correteando por el jardín del hotel.

Por una puerta logro colarme en la recepción y, afinando mi nariz, las busco tras el mostrador, en el cuarto de internet, y en el sofá…

… Ni rastro de ellas.

Con la nariz pegada al piso subo unas escaleras que me llevan a un lugar, hasta entonces insondado: el restaurante donde los visitantes -todos extranjeros rubios- hablan en susurros a la tenue luz de las velas. Entonces las veo, sentadas a una elegante mesa decorada con flores, tapándose la boca para no estallar a carcajadas. Conmovidas de que las busque hasta el fin del mundo, en lugar de mandarme fuera, me esconden bajo la mesa auxiliar donde se depositan de los cubiertos, las servilletas y los molinillos de sal y de pimienta con objeto de disfrutar de una bonita cena, junto el resto de parejas, en esta noche de luna llena.

El novio de una de las parejas se encuentra embebido en la pantalla de su computador mientras su chica revuelve la sopa con la mirada perdida en los remolinos que forma la papa flotando en el caldo.

El esposo de la otra señora se evapora tras pedir y reaparece -tablet en mano-, cuando ella hace media hora que acabó de cenar.

Mi mamá, que es una sibarita, y no le gusta quemarse el esófago con la sopa salada, pide que se la cambien.

Mientras tanto, con estricta fidelidad a la costumbre colombiana de traer toda la comida a la vez, llega la sopa de mi abuelita junto con sus crêpes, que comienzan a enfriarse sobre la mesa.

A continuación llega el segundo plato de mi mamá -curry de vegetales-. Ella pide que se lo lleven porque no quiere tomarse el segundo antes que la sopa.

En ese momento mi fino oído detecta movimiento fuera y mi silueta emerge de entre los manteles profiriendo tales aullidos que hacen saltar las mesas y estremecer los corazones -así como los tímpanos- de todos los presentes.

Mi mamá se levanta como un resorte -a causa, en un 50%, del susto, y el otro 50% de la vergüenza-, y me saca de debajo de la mesa “sorprendida”:

-Pero… ¿¿¿Qué hace ese perro ahí???-

A los pocos minutos vuelvo a entrar, repitiendo la operación de sabueso y, ahí sí, me hago un ovillo bajo los manteles donde permanezco en un silencio que puede llamarse sepulcral hasta que, casi una hora más tarde llega la cena de mi mamá que, como ya se comió la de mi abuelita, pide que se la empaquen para almorzar al día siguiente.

Pero eso no fue nada en comparación con la celebración del día de velitas…

La noche del 7 de diciembre existe la tradición en toda Colombia de encender velas a la entrada de las casas, no me pregunten por qué.

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En un pueblo grande como San Agustín también hay procesión con salmos retransmitidos por megáfono, música a todo volumen en cada esquina, concierto en el parque, así como petardos y fuegos artificiales.

Se imaginarán que para una respetable dama de 66 años, una perra con antecedentes de agresividad cuando se asusta, y una mamá con hiperacusia, permanecer en la fiesta mucho tiempo es garantía de protagonizar el titular del diario local del día siguiente. Por ese motivo buscamos un transporte que nos suba a nuestro hotel campestre antes de que arda Troya… Y de que cierre la cocina, dado que mi mamá se muere por disfrutar de su última cena a la europea -sin carne- en mucho tiempo.

Evidentemente todos los taxistas que -aunque en hora pico no lo parezca- también son seres humanos como tu y como yo, están prendiendo velitas y petardos con sus hijos.

Cuando logramos entrar derrapando en el hotel mi mamá respira aliviada… Lo logramos… ¡Por 15 minutos!

Cuando, con una gran sonrisa, se dirige a pedir, la encargada le da la noticia: la cocinera acaba de irse dado que no esperaban a nadie más en esa noche en la que todo el mundo se encuentra en el pueblo celebrando.

Y así es como acabamos compartiendo mi cena -una lata de atún con pan- las tres a la luz de la luna, las velitas con las que casi me quemo la cola, y los fuegos artificiales del pueblo:

¡No sé si resistiremos mucho tiempo más tales dosis de romanticismo!

4 comentarios sobre “El enigma de San Agustín

  1. Hola:
    Yo nunca he ido al parque de San agustín…¡ay que rico! Yo queiro ir. jeje
    Te explico lo de las velitas. resulta que estamos en época de adviento lo cual significa «esperar amando». Mi país es en mayoría de religion católica, entonces es la época en que en la historia del nacimiento de Cristo, el ángel le avisa a la virgen María que esta esperando un bebe, Jesús. Entonces, simbólicamente las velitas son la esperanza e iluminan el camino en esa espera. Al otro día es festivo, es decir se celebra el Día de la Inmaculada Concepción. ¿ya me entiendes? Eso sí, como buen país fiestero…hay safarrancho (fiesta con música a toda y pólvora, etc. y se unen los vecinos aahh y también es el día en que se ponen lucesitas en todas las casas. Te mandaría foto de la mía, pero no dejan mandar imágenes en los comentarios. En mi cuadra…eso no sabías que música escuchar, habían equipos prendidos cada 3 casas jajaja) y la espera claro…va hasta el día de la navidad, el 24 de diciembre a la media noche….el 25 es festivo celebrando el nacimiento del niño Dios.

    Por otro lado, me hiciste reir mucho con eso de que te pareces a las estatuas de San Agustín jajajjajajajajaj con sus filos dientes jajajaja

    A tu mami, le va a tocar que comprar esas cuerditas para gafas que usan las viejitas para que no se le pierdan y las mantenga colgadas en el cuello. 😛 Es que la historia que tienen encima esas Rayban….¡bendito.. es cosa seria! Me encanta tu abuelita haciendo guardía…y espero haya podido descansar después del trajín..pobre, debío terminar recansada.

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    1. A Dino le encantaría reencontrarse con nuestros ancestros comunes en San Agustín, te lo aseguro 😀 El próximo viaje se apuntan 😉

      Gracias por la explicación ¡por fin entendí el motivo de toda esa pólvora!

      Y si, le dije a mi mamá lo del cordoncito… Y se le volvió a olvidar. Se lo iré recordando… De hecho las gafas no las volvió a perder, lo que botó ayer fue el celular… Ya les iré contando.

      Abrazos!

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  2. jajajjajajaja se le perdió el celu…a mi también se me perdió una vez en el taxi….y cuando llame el taxista muy buena gente, me contesto y me lo regreso 😛
    Yo perdí hace unos días mi tarjeta de crédito…jajajaja pero no fue grave…la cancele a tiempo 😛

    A proposito ¡Feliz Navidaaaaaaaad y muchas bendiciones en estas épocas!

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  3. Hola Linda, te cuento algo: tengo una tía que tiene la tradición de todos los años hacer la novena de la Virgen de la Concepción que termina justamente el día 8 de Diciembre y cuenta ella qu hace muchos años atrás cuando ella estaba pequeña la gente sacaba en prosecion a la virgen y todo el mundo iluminaba el paso de la virgen que la sacaban en la madrugada, con velas, la tradicion de sacar la virgen se perdió en muchas partes sólo quedó la costumbre de prender las velitas. Aquí en Cartagena en algunos barrios todavia sacan a la virgen pero en todas partes prenden velas en la madrugada, y bueno es una costumbre bonita porq la familia unida con los niños madrugan a poner velas ☺

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